miércoles, 11 de marzo de 2009

Nuestra libertad en Cristo

Cristo nos ha liberado de una esclavitud sin esperanza. El que pertenece a Cristo realiza la experiencia de semejante libertad. ¿Cómo logra llegar hasta ella? Por medio del bautismo: ese acto de fe en el amor salvador de Jesús.

Inspirándose en dos textos complementarios de Jeremías (31, 31-34) y de Ezequiel (36, 26-27) en donde se declara que la nueva alianza quedará inscrita, no ya en tablas de piedra -¡aquello fue un fracaso!-, sino en los corazones por la acción del Espíritu, Pablo nos dice cómo Cristo interviene en nosotros en el momento del bautismo para dejar libre a nuestra libertad cautiva. Esta liberación tiene en primer lugar un aspecto negativo: se ejerce en relación con el pecado, con la muerte y con la ley, pero reviste además un aspecto positivo: nos comunica un espíritu filial: “todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo” (Gál 3, 26-27). Con Cristo, todos juntos, nos hacemos uno sólo (Gál 3, 28), “más unidos que si formásemos un solo cuerpo” (san Juan Crisóstomo). No es posible expresar con mayor realismo la eficacia soberana del bautismo. Esta unidad en Cristo declara abolida toda distinción religiosa (judíos y paganos), social (esclavos y libres), natural (hombres y mujeres): “ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús (Gál 3, 28). El racismo no es cristiano, ¡pero en qué inmensa plenitud de libertad nos vemos así introducidos por la sola fe en Jesucristo, sin ninguna otra ayuda! ¿Quién ha exaltado jamás con tanta fuerza la dignidad de la persona humana?

Se comprende entonces la cólera de Pablo al enterarse de que aquellos gálatas, que llevan esta aspiración a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad en su propia sangre, buscan ahora obtener esas riquezas por medio de recetas rituales y de leyes exteriores. Desde estas alturas, hasta la ley judía, con la multitud de sus prescripciones y con todos los escrúpulos que se pueden tener en observarlas, no vale más que las leyes y que los ritos paganos. No hay más salvación que en la acogida de Cristo por la fe. Pablo se siente tan desconcertado por esta falta de juicio de los gálatas que no puede menos de pronunciar una frase “escadalosa”: “en cuanto a los agitadores, ojalá que llegaran hasta la mutilación total”. (Gál 5, 12).

El fundamento de la libertad cristiana es esa filiación divina que, por iniciativa del Padre, ha sido obtenida para nosotros por Cristo y se nos ha comunicado por el Espíritu Santo. Saboreemos el ritmo y la plenitud de este texto trinitario: “Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abba!, es decir, ¡Padre!” (Gál 4, 4-6). Participando de la filiación de Cristo, nuestra libertad espiritual está hecha a imagen de la de Cristo. Pablo nos ofrece el secreto de su libertad interior: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2, 20).

"Los escritos de san Pablo"
Amédée Brunot
Editorial Verbo Divino

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta reflexion, nos habla de la libertad que Cristo nos da y nos llama a aplicarla en nuestro diario
vivir con responsabilidad. En una palabra a "nacer de nuevo".

ETELVINA