viernes, 16 de enero de 2009

Me amas, me llamas...

Dice el Señor:
"Antes de haberte formado yo en el seno
materno, te elegí, y antes que nacieses,
te tenía consagrado y te constituí profeta
de las naciones" (Is 1,5)

Desde siempre... me amabas,
me llamabas y, aunque yo me apartaba,
Tú no te alejabas.
Y, en mis búsquedas y noches,
siempre estabas...


... Me tocabas, para que el sueño
no me inmovilizara;
me sensibilizabas, para que el trabajo
no me "profesionalizara";
y, en amar, me especializara...


... Me perdonabas, para que
tu Misericordia, yo experimentara.
Para que, siendo perdonado, perdonara;
viendo tus llagas, yo llorara;
siendo por Ti, besado, yo besara,
y mi rencor, cesara...


¡Desde siempre... me resucitabas;
para que la muerte, no fuese una escapada;
para que orar, no fuese falsa calma;
y para que, en dar la vida:
me ejercitara (Jn 15, 13) y me habituara (Lc 9, 23)...!


Presbítero José Luis Carvajal

sábado, 10 de enero de 2009

Desatino

"Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles,

si no tengo amor, no soy más que bronce que resuena

o platillos que aturden" 1 Cor 13,1


Cómo nos cuesta entender

el simple lenguaje del apóstol.

Multiplicamos los idiomas,

creamos jeroglíficos,

perturbamos con gritos,

elevamos nuestro ego,

sepultamos el amor.

Somos bronce que resuena,

somos platillos que aturden.

Cómo nos cuesta alcanzar

el simple ejemplo de San Pablo,

hoy más vigente que nunca.

Construimos barreras,

disfrazamos sentimientos,

congelamos las palabras.

derribamos la bondad.

¿Por qué, si ya sabemos

que el amor todo lo puede,

le escapamos cual rufianes

persiguiendo quimeras

que sólo pueden darnos

el vacío de no ser?


Mabel Pruvost de Kappes

Muestra de iconos contemporáneos


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LA VIDA DE SAN PABLO, EL APÓSTOL
en 25 iconos contemporáneos

Pinturas realizadas por Teresa Groselj, fsp.

En el Centro Cultural Borges, Viamonte esquina San Martín, Buenos Aires, Sala 28.

La muestra permanecerá hasta el 25 de enero de 2009.
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Horarios:
Lunes a sábado de 10 a 21 hs.
Domingos de 12 a 21 hs.

sábado, 3 de enero de 2009

El apóstol Pablo y la comunicación

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El apóstol Pablo será siempre una referencia para la Iglesia, si el tema es la comunicación. Esto sucede, porque este apóstol no midió esfuerzos en interactuar con personas y comunidades. Con su vida mostró que evangelizar es “comunicar”.

Una de las necesidades básicas del ser humano es la comunicación que permite que las personas interactúen entre sí y construyan la sociedad. Así como no existen hombres sin sociedad, tampoco existe sociedad sin comunicación. Constituye el hilo conductor que traspasa personas, grupos sociales e instituciones, y posibilita la cimentación de lo que llamamos cultura.

La comunicación, tanto verbal como no verbal, es, en principio, una experiencia antropológica fundamental, cuyo significado reside en su propio término. El primer sentido, originario del latín, se remonta al siglo XII (1160), y remite a la idea de comunión, de participación. La comunicación es siempre una búsqueda del otro y de un compartir. Sin embargo, por más que la palabra comunicación esté de moda, no siempre las personas participan, de manera satisfactoria, de esto proceso, particularmente en la relación interpersonal, llegando, a veces, a malentendidos.

No basta con querer interactuar. Si alguien no logra expresar sus pensamientos y sentimientos, de modo inteligible, al interlocutor, la comunicación puede fracasar. Comunicar es también ser receptivo para aceptar e interpretar lo que el otro tiene para decir. Entonces, el buen comunicador no es aquél que habla mucho, sino el que habla lo necesario y escucha con atención, emitiendo la respuesta adecuada para crear “interacción”.
En este sentido, la escucha es un elemento importante en el proceso comunicativo. Escuchar no se reduce a “oír”. Se puede oír un ruido, una voz, un mensaje, y no interesa su significado. “Escuchar”, al contrario, es prestar atención no sólo al mensaje, sino, también, a la persona que transmite su contenido. Escuchar es percibir al otro en su situación. Para eso, es necesario vencer el deseo de dar respuestas sin “escuchar” o antes que el interlocutor termine de expresar totalmente lo que piensa.

Los medios de comunicación (imprenta, radio, cine, televisión, Internet...) si bien son muy importantes, no deberían hacernos olvidar que la comunicación es, antes de todo, una experiencia humana. El uso de las tecnologías de la comunicación facilita los contactos y los intercambios de informaciones, pero no hay ninguna prueba de que mejora la calidad de la comunicación entre las personas. Lo mismo sucede con Internet, el nuevo espacio de comunicación donde convergen todos los medios. La Internet, como todos los otros instrumentos de comunicación, refuerza y estimula el intercambio de experiencias e informaciones, pero no sustituye las relaciones personales ni la vida comunitaria.

Pablo en la perspectiva de la comunicación

Hoy en día, la palabra “comunicador” sugiere una imagen “esteriotipada”, inculcada por los medios. En referencia a la televisión y, específicamente, al presentador de noticiero, alude al arquetipo del hombre y de la mujer bien presentados y maquillados, con buena dicción y apariencia cinematográfica. Además, ya existen programas periodísticos cuyos presentadores son modelos, o sea, personas que no tienen ninguna experiencia en periodismo, pero su “imagen” converge con el perfil trazado por la lógica del espectáculo.
El apóstol Pablo, visto desde la perspectiva del comunicador, no tiene nada que ver con las “estrellas” producidas por los medios. Sus cartas, especialmente las dos que escribió a los corintios, revelan a un hombre que está más allá del estilo del “comunicador espectacular”, sea el de la época actual o el de su tiempo. Tal imagen es perceptible en algunas de sus expresiones, que nacen de las controversias creadas con los falsos apóstoles, quienes, en nombre del Evangelio, se apoyaban en el poder del lenguaje, intentaban cautivar por las apariencias, buscando ventajas personales, y no el anuncio de Jesucristo (cf. 2Cor 10, 12).

Al confrontar su predicación con la de los falsos evangelizadores, Pablo afirma a los corintios que no sabe hablar con el mismo brillo: Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría (1Cor 2, 1); reconoce que no tiene una gran preparación para la comunicación oral: Aunque no tengo preparación para hablar, no me falta el conocimiento (2Cor 11, 6) y que su presencia no era nada seductora: Débil y temblando de miedo me presenté ante ustedes; mi mensaje y mi proclamación no se apoyaban en palabras sabias y persuasivas, sino en la demostración del poder divino (1Cor 2, 3).

Pablo no buscaba seducir a las personas por el lenguaje, ni por la retórica ni tampoco por las apariencias, como los otros evangelizadores. Algunos miembros de las comunidades no entendían este modo de actuar, a tal punto que desconfiaban de él. Llegaban a dudar de que él fuera un evangelizador auténtico, por faltarle esas características.

Valdir José de Castro
Superior Provincial de la Sociedad de San Pablo.
Revista Paulus.

La carta a los Romanos - Parte 2

Síntesis teológica o estructuras subyacentes


Veamos ahora los grandes ejes temáticos de Romanos. Son la estructura oculta que surca toda la carta y muestra la profundidad del pensamiento paulino. Son como una conclusión que Pablo no escribió y que hubiéramos esperado al final de la carta, pero que en realidad aparece por debajo de todo lo que escribe.

En toda la carta, pero especialmente en el primer y el tercer bloque, hallamos un primer eje temático y una estructura argumentativa semejante: se muestra que ningún ser humano, judío o pagano, es merecedor de la justificación (el paso a la amistad con Dios); al contrario, Dios tendría derecho a negarla por el pecado de la humanidad. Sin embargo, la infinita misericordia de Dios desborda a través de Cristo para abrir a todos un camino de salvación. Más aún, también sobre los que lo rechazaron, a quienes justamente Dios podría dejar librados a su endurecimiento, Dios derrama su misericordia libre y gratuita, sin mérito alguno por parte del ser humano. Así, sobre el contraluz del rechazo del ser humano, Dios manifiesta mejor su absoluta y amorosa libertad, eligiendo tener misericordia de todos más allá e independientemente de cualquier mérito humano. Esto muestra que es insensato gloriarse en sí mismo o en alguna obra propia.
El primer eje es entonces el siguiente: “Situación de pecado de todo ser humano (necesidad de redención) – Redención gratuita que realizó Cristo en su Pascua – Imposibilidad e insensatez de gloriarse”.

Pero esto tiene consecuencias: a los que ya han aceptado a Cristo como Señor se los invita a descubrir la grandeza de la nueva situación de los justificados y a responder a la misericordia de Dios ofreciéndose a sí mismos, de manera que, bajo el impulso del Espíritu que renueva al ser humano a imagen de Cristo, puedan crecer en una vida nueva agradable a Dios. Pero en ese camino, lo que da sentido y valor salvífico a cualquier obra o actitud humana es el amor.
Entonces el segundo eje, predominante en el segundo y el cuarto bloque, es el siguiente: “Misericordia gratuita de Dios – Renovación obrada por el Espíritu – Ofrenda de sí mismo – Camino de crecimiento en el amor bajo el impulso del Espíritu”.

Este segundo eje muestra la dinámica que se produce bajo el impulso del Espíritu en el justificado, como un dinamismo que necesariamente sigue a la justificación. El amor infinito de Dios no nos deja iguales. Nos promueve para que pongamos lo mejor de nosotros mismos y participemos con nuestra libertad en un camino de crecimiento. Él no nos hace crecer sin nosotros. La justificación gratuita nos capacita para iniciar una nueva forma de vivir. Como todo procede de su amor gratuito, las buenas obras permiten un cierto discernimiento, pero nunca producen una certeza que lleve a la persona a gloriarse en sí misma.
Pero este segundo eje es siempre superado por el eje principal de la carta, que predomina en el primer y el tercer bloque: La misericordia gratuita de Dios en Cristo, que puede obrar, más allá de toda acción o actitud humana, aun en los rebeldes obstinados. Pablo piensa en primer lugar en los miembros de su propio pueblo rebelde, pero deja en suspenso el modo concreto como Dios podría concretar este designio misericordioso de salvación.

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Extraído de
"Pablo Apasionado",
Víctor Manuel Fernández.
Editorial San Pablo.

www.san-pablo.com-ar

La carta a los Romanos - Parte 1

El estilo de Romanos


Es fácil advertir las semejanzas entre Romanos y Gálatas. Puede decirse que Gálatas sintetiza lo más específico del pensamiento maduro de Pablo en un contexto de fuerte polémica, y que Romanos explaya ese mismo contenido pero más serenamente y con mayor reflexión. Es cierto que en Gál 2, 21 y 5, 6 se sintetiza lo mejor de la reflexión paulina, pero la explicación teológica acabada de esas afirmaciones se encuentra en Romanos. Como contrapartida, Romanos carece del calor apostólico que desborda en cada perícopa de Gálatas. Esto no debe hacer pensar, sin embargo, que Romanos es un escrito teológico de escritorio, redactado en una situación ideal de calma emotiva y abstrayendo de todo contexto histórico. Bien puede decirse que “la reflexión teológica de Pablo nunca es suave, siempre es sufrida”. Porque mientras en Gálatas se destacan la indignación y la desilusión, cuando escribe Romanos los sentimientos que carcomen el corazón de Pablo son el temor y la incertidumbre (Rom 15, 30-31).

Es cierto que el Apóstol no podía dirigirse a esta iglesia como a una esposa, ni podía tratar a los romanos como a hijos que él había engendrado; pero esto no significa que la carta no tuviera en cuenta a los destinatarios, porque varios indicios sugieren que Pablo se había informado detalladamente sobre la comunidad antes de escribirle. Por eso coloca en la carta el himno de Rom 8, 34 sabiendo que era altamente estimado en la comunidad de Roma. Y la parte exhortativa de la carta “demuestra que conocía bastante bien la situación eclesial de los destinatarios y la tenía debidamente en cuenta”.

En esta carta, más todavía que en los demás escritos de Pablo y de su escuela, es sumamente importante no detenerse demasiado en los detalles ni en las afirmaciones parciales, sino mirar directamente hacia dónde apunta el conjunto del pensamiento del autor, qué es lo que le interesaba transmitir con la totalidad de la obra. Pablo es el teólogo de las grandes síntesis, que se muestran en un juego de afirmaciones dialécticas que a veces parecen negarse unas a otras. Si uno se queda en los detalles, fácilmente se desconcierta, porque Pablo parece contradecirse a sí mismo. En una parte dice algo con mucha fuerza y en otra parte uno se encuentra con una afirmación diferente. Además, parece que nunca concluye un tema, siempre lo deja abierto a reflexiones posteriores.

Pablo muestra una estructura mental que rechaza los cortes netos y las argumentaciones aisladas, como si frente al misterio del plan de Dios fuera imposible para el ser humano llegar a una conclusión definitiva. Esto es típico del pensamiento judío. Los judíos suelen leer la Biblia con la convicción de que los textos siempre pueden aportar algo más, siempre quedan abiertos a un nuevo sentido.
Al escribir, Pablo conserva el estilo de la predicación, donde nunca se dice todo. Por eso entremezcla y retoma los temas, sorprendiendo al lector que creía haber concluido alguna argumentación.

Por todo esto, sería inadecuado detenerse demasiado en alguna de sus afirmaciones. Lo más adecuado es mirar, desde arriba, la armonía que resulta finalmente del juego de oposiciones: “En tanto no hayamos visto bien cómo se armonizan los distintos temas, no podremos decir lo que Pablo quiere mostrar ni cómo lo muestra”. Por eso mismo, es mucho más importante descubrir las grandes líneas de pensamiento que surcan toda la carta, y no tanto detenerse a comentar cada versículo o a discutir minuciosamente posibles subdivisiones que seguramente no estaban entre las preocupaciones de Pablo de Tarso. Muchos autores coinciden hoy en que “conviene evitar la idea de una malla bien tejida de pormenores estructurales”, que suelen proceder de la rica imaginación de los intérpretes pero no ayudan a la comprensión del texto.

En toda la carta encontramos grandes ejes temáticos que predominan en alguno de los bloques de la carta, pero que se entremezclan y combinan constantemente. Si esto es así, lo que más interesa es descubrir cuáles son los grandes ejes del pensamiento de Pablo, que son los que dan sentido a los distintos detalles de sus cartas.
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Extraído de
"Pablo Apasionado",
Víctor Manuel Fernández.
Editorial San Pablo.

“La divinidad de Cristo, centro de la predicación de san Pablo”

Catequesis del Papa sobre san Pablo del miércoles 22 de octubre de 2008.

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Queridos hermanos y hermanas,

En las catequesis de las semanas anteriores hemos meditado sobre la “conversión” de san Pablo, fruto del encuentro personal con Jesús crucificado y resucitado, y nos hemos interrogado sobre cuál fue la relación del Apóstol de los gentiles con el Jesús terreno. Hoy quisiera hablar de la enseñanza que san Pablo nos ha dejado sobre la centralidad del Cristo resucitado en el misterio de la salvación, sobre su cristología. En verdad, Jesucristo resucitado, “exaltado sobre todo nombre”, está en el centro de todas sus reflexiones. Cristo es para el Apóstol el criterio de valoración de los acontecimientos y de las cosas, el fin de todo esfuerzo que él hace para anunciar el Evangelio, la gran pasión que sostiene sus pasos por los caminos del mundo. Y se trata de un Cristo vivo, concreto: el Cristo -dice Pablo- “que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). Esta persona que me ama, con la que puedo hablar, que me escucha y me responde, éste es realmente el principio para entender al mundo y para encontrar el camino en la historia.

Quien ha leído los escritos de san Pablo sabe bien que él no se preocupa de narrar los hechos sobre los que se articula la vida de Jesús, aunque podemos pensar que en sus catequesis contaba mucho más sobre el Jesús prepascual de cuanto escribía en sus cartas, que son amonestaciones en situaciones concretas. Su tarea pastoral y teológica estaba tan dirigida a la edificación de las nacientes comunidades, que era espontáneo en él concentrar todo en el anuncio de Jesucristo como “Señor”, vivo ahora y presente en medio de los suyos. De ahí la esencialidad característica de la cristología paulina, que desarrolla las profundidades del misterio con una preocupación constante y precisa: anunciar, ciertamente, a Jesús, su enseñanza, pero anunciar sobre todo la realidad central de su muerte y resurrección, como culmen de su existencia terrena y raíz del desarrollo sucesivo de toda la fe cristiana, de toda la realidad de la Iglesia. Para el Apóstol, la resurrección no es un acontecimiento en sí mismo, separado de la muerte: el Resucitado es el mismo que fue crucificado. También como Resucitado lleva sus heridas: la pasión está presente en él y se puede decir con Pascal que él está sufriendo hasta el fin del mundo, aún siendo el Resucitado y viviendo con nosotros y para nosotros. Esta identidad del Resucitado con el Cristo crucificado, Pablo la había entendido en el camino de Damasco: en ese momento se reveló con claridad que el Crucificado es el Resucitado y el Resucitado es el Crucificado, que dice a Pablo: “¿Por qué me persigues?” (He 9,4). Pablo estaba persiguiendo a Cristo en la Iglesia y entonces entendió que la cruz es “una maldición de Dios” (Dt 21,23), pero sacrificio para nuestra redención.

El Apóstol contempla fascinado el secreto escondido del Crucificado-resucitado y a través de los sufrimientos experimentados por Cristo en su humanidad (dimensión terrena) llega a esa existencia eterna en que él es uno con el Padre (dimensión pre-temporal): “Al llegar la plenitud de los tiempos -escribe- envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gal 4,4-5). Estas dos dimensiones, la preexistencia eterna con el Padre y el descendimiento del Señor en la encarnación, se anuncian ya en el Antiguo Testamento, en la figura de la Sabiduría. Encontramos en los Libros sapienciales del Antiguo Testamento algunos textos que exaltan el papel de la Sabiduría preexistente a la creación del mundo. En este sentido deben leerse pasajes como el del Salmo 90: “Antes que los montes fuesen engendrados, antes que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios” (v. 2); o pasajes como el que habla de la Sabiduría creadora: “Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra” (Pr 8, 22-23). Sugestivo es también el elogio de la Sabiduría, contenido en el libro homónimo: “Se despliega vigorosamente de un confín a otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo” (Sb 8,1).

Los mismos textos sapienciales que hablan de la preexistencia eterna de la Sabiduría, hablan de su descendimiento, del abajamiento de esta Sabiduría, que se ha creado una tienda entre los hombres. Así sentimos resonar ya las palabras del Evangelio de Juan que habla de la tienda de la carne del Señor. Se creó una tienda en el Antiguo Testamento: aquí se indica al templo, al culto según la “Torah”; pero desde el punto de vista del Nuevo Testamento, podemos entender que ésta era sólo una prefiguración de la tienda mucho más real y significativa: la tienda de la carne de Cristo. Y vemos ya en los Libros del Antiguo Testamento que este abajamiento de la Sabiduría, su descenso a la carne, implica también la posibilidad de ser rechazada. San Pablo, desarrollando su cristología, se refiere precisamente a esta perspectiva sapiencial: reconoce a Jesús la sabiduría eterna existente desde siempre, la sabiduría que desciende y se crea una tienda entre nosotros, y así puede describir a Cristo como “fuerza y sabiduría de Dios”, puede decir que Cristo se ha convertido para nosotros en “sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención” (1 Cor 1,24.30). De la misma forma, Pablo aclara que Cristo, igual que la Sabiduría, puede ser rechazado sobre todo por los dominadores de este mundo (cfr 1 Cor 2,6-9), de modo que se crea en los planes de Dios una situación paradójica: la cruz, que se volverá en camino de salvación para todo el género humano.

Un desarrollo posterior de este ciclo sapiencial, que ve a la Sabiduría abajarse para después ser exaltada a pesar del rechazo, se encuentra en el famoso himno contenido en la Carta a los Filipenses (cfr 2,6-11). Se trata de uno de los textos más elevados de todo el Nuevo Testamento. Los exegetas en gran mayoría concuerdan en considerar que esta perícopa trae una composición precedente al texto de la Carta a los Filipenses. Este es un dato de gran importancia, porque significa que el judeo-cristianismo, antes de san Pablo, creía en la divinidad de Jesús. En otras palabras, la fe en la divinidad de Jesús no es un invento helenístico, surgido después de la vida terrena de Jesús, un invento que, olvidando su humanidad, lo habría divinizado: vemos en realidad que el primer judeo-cristianismo creía en la divinidad de Jesús, es más, podemos decir que los mismos Apóstoles, en los grandes momentos de la vida de su Maestro, han entendido que él era el Hijo de Dios, como dijo san Pedro en Cesarea de Filipo: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Pero volvamos al himno de la Carta a los Filipenses. La estructura de este texto puede ser articulada en tres estrofas, que ilustran los momentos principales del recorrido realizado por Cristo. Su preexistencia la expresan las palabras “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios” (v. 6); sigue después el abajamiento voluntario del Hijo en la segunda estrofa: “se despojó de sí mismo tomando condición de siervo” (v. 7), hasta humillarse a sí mismo “obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (v. 8). La tercera estrofa del himno anuncia la respuesta del Padre a la humillación del Hijo: “Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre” (v. 9). Lo que impresiona es el contraste entre el abajamiento radical y la siguiente glorificación en la gloria de Dios. Es evidente que esta segunda estrofa está en contraste con la pretensión de Adán que quería hacerse Dios, y contrasta también con el gesto de los constructores de la torre de Babel que querían edificar por sí solos el puente hasta el cielo y hacerse ellos mismos divinidad. Pero esta iniciativa de la soberbia acabó con la autodestrucción: así no se llega al cielo, a la verdadera felicidad, a Dios. El gesto del Hijo de Dios es exactamente lo contrario: no la soberbia, sino la humildad, que es la realización del amor, y el amor es divino. La iniciativa de abajamiento, de humildad radical de Cristo, con la que contrasta la soberbia humana, es realmente expresión del amor divino; a ella le sigue esa elevación al cielo a la que Dios nos atrae con su amor.

Además de la Carta a los Filipenses, hay otros lugares de la literatura paulina donde los temas de la preexistencia y del descendimiento del Hijo de Dios sobre la tierra están unidos entre ellos. Una reafirmación de la asimilación entre Sabiduría y Cristo, con todas las consecuencias cósmicas y antropológicas, se encuentra en la primera Carta a Timoteo: “Él ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los Ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria” (3,16). Es sobre todo en estas premisas que se puede definir mejor la función de Cristo como Mediador único, sobre el marco del único Dios del Antiguo Testamento (cfr 1 Tm 2,5 en relación a Is 43,10-11; 44,6). Cristo es el verdadero puente que nos guía al cielo, a la comunión con Dios.

Y finalmente, sólo un apunte a los últimos desarrollos de la cristología de san Pablo en las Cartas a los Colosenses y a los Efesios. En la primera, Cristo es calificado como “primogénito de todas las criaturas” (1,15-20). Esta palabra “primogénito” implica que el primero entre muchos hijos, el primero entre muchos hermanos y hermanas, ha bajado para atraernos y hacernos sus hermanos y hermanas. En la Carta a los Efesios encontramos la bella exposición del plan divino de la salvación, cuando Pablo dice que en Cristo Dios quería recapitularlo todo (cfr. Ef 1,23). Cristo es la recapitulación de todo, reasume todo y nos guía a Dios. Y así implica un movimiento de descenso y de ascenso, invitándonos a participar en su humildad, es decir, a su amor hacia el prójimo, para ser así partícipes de su glorificación, convirtiéndonos con él en hijos en el Hijo. Oremos para que el Señor nos ayude a conformarnos a su humildad, a su amor, para ser así partícipes de su divinización.

[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

Como hemos visto en las catequesis de las pasadas semanas, san Pablo no se preocupó tanto de contar los hechos aislados de la vida de Jesús, sino de anunciar a la comunidad naciente a Cristo como el "Señor", vivo y presente entre nosotros. Él es el mismo, encarnado, crucificado, resucitado y vivo. Para comprender esto hay que tener en cuenta la idea de la Sabiduría preexistente al mundo de la cual habla el Antiguo Testamento. Cristo, en su condición de Hijo, es coeterno con el Padre. Con su Encarnación, sin dejar de ser Dios, adquiere ciertamente algo que no tenía, la condición humana hasta hacerse siervo, para rescatarla y salvarla. Con su glorificación, Cristo, que es "fuerza de Dios y sabiduría de Dios", es también para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención (cfr. 1 Co 1,25.30). Otra formulación de la cristología paulina exalta el primado de Cristo sobre todas las cosas, el "primogénito" de los que aman a Dios y han sido llamados a ser imagen de su Hijo.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de Argentina, España, México, Panamá, Perú y otros Países latinoamericanos. Invito a todos a contemplar el plan de salvación que san Pablo nos muestra con hondura, y al que nos exhorta a participar uniéndonos íntimamente a Cristo.

Muchas gracias.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]