jueves, 26 de febrero de 2009

¡Ven Espíritu Santo!

¡Ven Espíritu Santo!
Y bautízanos como a Pablo,

que desde Tarso hasta
la plenitud de sus días,
se encadenó al amor de Dios.
Ven a convertir nuestras dudas

con su misma valentía,
donando nuestra vida
para anunciar el amor.
Ven como en Damasco,

para que siendo apóstoles
anunciemos sin falsías
el Evangelio del Señor.
¡Ven Espíritu Santo!
Y enséñanos a ser como Pablo

que transformando su vida,
con libertad comprometida,
proclamó la buena noticia del amor.
Ven a darnos su coraje

y llénanos con tu Espíritu,
para que seamos los apóstoles,
siempre amigos de Jesús.

Ana María Capalbo

Como Pablo

Crece como la hiedra

Pablo enamorado,
de tu caída solo un nudo
ha quedado como llamado.
Y es tanta la fuerza

de tu anhelada bravura
que tu vida es el fruto,
de la pasión por el apostolado.
Tu arrojo nos anima,

tu valentía nos llama,
tu decisión de amar tanto
nos compromete a imitarte.
Y en esa “vida nueva”

en donde cada entrega es servicio,
cada renuncia ofrenda,
cada palabra un mensaje,
Cristo vive en ti y en nosotros

porque eres testimonio y coraje,
arropando como misionero
la fe que va en tu equipaje.

Ana María Capalbo

lunes, 23 de febrero de 2009

Un 25 de enero

Un 25 de Enero,
San Pablo se convirtió
al Amor de los Amores,
nuestro dueño el Gran Señor.

Cuando leo sus escritos,
pienso en mi vida pasada,
cuando razonaba que:
En la apariencia de vida,
aquel que más poseía
era el que mejor valía.
Así como cambió San Pablo,
también cambió mi visión.
Ahora pensamos igual.
Este mundo es pasajero
y la vida se nos va
más rápido de lo pensado
y debemos apurarnos
a incrementar nuestras obras
porque es lo único que vale
en la vida que Dios da.
San Pablo, convertía y trabajaba
Y yo lo tengo de ejemplo
y me tengo que apurar
a multiplicar mis obras
antes que no viva mas.

Elsa Lorences de Llaneza
elsalorences@yahoo.com.ar

viernes, 20 de febrero de 2009

Cristo, nuestra Pascua


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Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa,
ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura.
Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Celebremos, entonces, nuestra Pascua,
no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad,
sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad.
(1 Cor. 5, 7-8)
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Esta magnífica exhortación de san Pablo la proclama nuestra liturgia el día de Pascua durante la misa. Un texto precioso por diversos títulos. En primer lugar, escrito por el apóstol en la primavera del año 57, o sea, unos veinticinco años después de la muerte de Cristo, es el primer testimonio de la celebración del hecho pascual en la Iglesia primitiva. Además, nos permite comprender la forma de alctuar de Pablo: para reprimir un abuso o recordar una exigencia, evoca siempre nuestra vinculación con el acontecimiento decisivo de la historia de la salvación, la muerte y la resurrección de Jesús. Finalmente y sobre todo, en estas pocas líneas, bajo la imagen del pan con levadura y de la masa nueva, nos presenta su pensamiento sobre la transformación radical que lleva a cabo este acontecimiento tanto en la humanidad como en el universo: la pascua de Cristo inaugura una creación nueva.
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"Los escritos de san Pablo"
Amédée Brunot
Editorial Verbo Divino

Manos que florecen

Como María Rosa Mística floreció
en su pecho en tres hermosas rosas
y María Guadalupe
en su túnica resplandeció de flores
mis manos florecieron
en pimpollos de rosas rosa
que lentos crecieron
haciendo las mías hermosas.
Perfumaron a quienes las tocaban
se deshacían en pétalos
cuando acarician,
cuando funden en un apretón con manos extrañas.
Y cuando saludan a buenos y malos,
a sanos y enfermos, a tristes y alegres.
¡Oh, manos benditas!,
puñado de rosas que al pasar el tiempo
no se marchitan,
al contrario a nueva vida resucitan,
de María vienen
y son para Jesús y mis hermanos,
a San Pablo las ofrezco
en agradecimiento de tanta entrega
y dedicación a la causa de Jesús.
Mis manos florecieron
en hermosas rosas, bellas y primorosas,
son para ti Pablo apóstol de Cristo
y autor del Himno del Amor,
las más bella flor que tú hiciste al Altísimo.

Elsa Luján Belloto
mtaristu@hotmail.com

martes, 17 de febrero de 2009

San Pablo: Vivir en Cristo

domingo, 8 de febrero de 2009

Quiero parecerme a Pablo

Pablo decía: “Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia” (Fil. 4,12-14. 19-20).

Escúchame Dios: cuando viva en la abundancia, ayúdame a compartirla con mis hermanos carenciados. Que no me crea dueña del mundo y tome conciencia de que esto no siempre será duradero.

Que la vida, son momentos, momentos de felicidad o de tristeza. Momentos de abundancia y otros de privaciones. Que cuando estas últimas lleguen, sepa aceptarlas y aprender a recibir con humildad lo que otros puedan proveerme y adecuarme, Padre, como San Pablo a aceptar con docilidad lo que tú dispongas para mí.
Amén.
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Elsa Lorences de Llaneza
elsalorences@yahoo.com.ar

martes, 3 de febrero de 2009

El escándalo de la Cruz, sabiduría del cristiano

Catequesis del Papa sobre san Pablo del miércoles 29 de octubre de 2008.

Queridos hermanos y hermanas:

En la experiencia personal de san Pablo hay un dato incontrovertible: mientras al principio había sido un perseguidor y había utilizado la violencia contra los cristianos, desde el momento de su conversión en el camino de Damasco, se había pasado a la parte de Cristo crucificado, haciendo de él la razón de su vida y el motivo de su predicación. La suya fue una existencia enteramente consumida por las almas (cfr 2 Cor 12,15), para nada tranquila y resguardada de insidias y dificultades. En el encuentro con Jesús se había aclarado el significado central de la Cruz: había comprendido que Jesús había muerto y resucitado por todos y por él mismo. Ambas cosas eran importantes; la universalidad: Jesús había muerto realmente por todos, y la subjetividad: él ha muerto también por mí. En la Cruz, por tanto, se había manifestado el amor gratuito y misericordioso de Dios. Este amor Pablo lo experimentó ante todo en sí mismo (cfr Gal 2,20) y de pecador se convirtió en creyente, de perseguidor en apóstol. Día tras día, en su nueva vida, experimentaba que la salvación era "gracia", que todo descendía del amor de Cristo y no de sus méritos, que por otro lado no existían. El "evangelio de la gracia" se convirtió así en la única forma de entender la Cruz, el criterio no sólo de su nueva existencia, sino también la respuesta a sus interlocutores. Entre estos estaban, ante todo, los judíos que ponían su esperanza en las obras y esperaban de estas la salvación; estaban también los griegos, que oponían su sabiduría humana a la cruz; finalmente, había ciertos grupos heréticos, que se habían formado su propia idea del cristianismo según su propio modelo de vida.

Para san Pablo la Cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto principal de su teología, porque decir Cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el ejemplo más claro tiene que ver con la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde estaban presentes de forma preocupante desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que comprometían la unidad del Cuerpo de Cristo, Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y el temblor de quien se confía sólo al "poder de Dios" (cfr1 Cor 2,1-4). La Cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que es mejor escuchar de sus mismas palabras: "La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios... quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Cor 1,18-23).

Las primeras comunidades cristianas, a las cuales Pablo se dirige, saben muy bien que Jesús ahora está resucitado y vivo; el Apóstol quiere recordar no sólo a los Corintios y a los Gálatas, sino a todos nosotros que el Resucitado es siempre aquel que ha sido crucificado. El "escándalo" y la "necedad" de la Cruz están precisamente en el hecho que ahí donde parece haber solo fracaso, dolor, derrota, precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la Cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad. Para los judíos la Cruz es skandalon, es decir, trampa o piedra de tropiezo: parece obstaculizar la fe del pío israelita, que no consigue encontrar nada parecido en las Sagradas Escrituras. Pablo, con no poco valor, parece decir aquí que la apuesta es altísima: para los judíos, la Cruz contradice la esencia misma de Dios, que se ha manifestado con signos prodigiosos. Por tanto, aceptar la Cruz de Cristo significa realizar una profunda conversión en el modo de relacionarse con Dios. Si para los judíos el motivo de rechazo de la Cruz se encuentra en la Revelación, es decir, en la fidelidad al Dios de sus padres, para los griegos, es decir, los paganos, el criterio de juicio para oponerse a la Cruz es la razón. Para estos últimos, de hecho, la Cruz es moría, necedad, literalmente insipidez, alimento sin sal; por tanto, más que un error, es un insulto al buen sentido.

Pablo mismo en más de una ocasión tuvo la amarga experiencia del rechazo del anuncio cristiano juzgado "insípido", irrelevante, ni siquiera digno de ser tomado en consideración en el plano de la lógica racional. Para quien, como los griegos, buscaba la perfección en el espíritu, en el pensamiento puro, ya era inaceptable que Dios se hiciera hombre, sumergiéndose en todos los límites del espacio y del tiempo. ¡Por tanto era decididamente inconcebible creer que un Dios pudiera acabar en una Cruz! Y vemos como esta lógica griega es también la lógica común de nuestro tiempo. El concepto de apátheia, indiferencia, como ausencia de pasiones en Dios, ¿cómo habría podido comprender a un Dios hecho hombre y derrotado, que incluso luego habría recuperado su cuerpo para vivir como resucitado? "Te escucharemos sobre esto en otra ocasión" (Hch 17,32) le dijeron despreciativamente los Atenienses a Pablo, cuando oyeron hablar de la resurrección de los muertos. Creían que la perfección era liberarse del cuerpo, concebido como prisión; ¿cómo no considerar una aberración recuperar el cuerpo? En la cultura antigua no parecía haber espacio para el mensaje del Dios encarnado. Todo el acontecimiento "Jesús de Nazaret" parecía estar marcado por la más total insipidez y ciertamente la Cruz era el punto más emblemático.

¿Pero por qué san Pablo precisamente de esto, de la palabra de la Cruz, ha hecho el punto fundamental de su predicación? La respuesta no es difícil: la Cruz revela "el poder de Dios" (cfr 1 Cor 1,24), que es diferente del poder humano; revela de hecho su amor: "Porque la necedad divina es más divina, es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (ivi v. 25). A siglos de distancia de Pablo, vemos que ha vencido la Cruz y no la sabiduría que se opone a Cruz. El Crucificado es sabiduría, porque manifiesta de verdad quien es Dios, es decir poder de amor que llega hasta la Cruz para salvar al hombre. Dios se sirve de modos e instrumentos que a nosotros nos parecen a primera vista sólo debilidad. El Crucificado desvela, por una parte, la debilidad del hombre, y por otra, el verdadero poder de Dios, es decir, la gratuidad del amor: precisamente esta gratuidad total del amor es la verdadera sabiduría. De esto san Pablo ha hecho experiencia hasta en su carne, y nos da testimonio de ello en varios pasajes de su recorrido espiritual, que se han convertido en puntos de referencia precisos para todo discípulo de Jesús: "Él me dijo: Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Cor 12,9); y aún: "ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte" (1 Cor 1,28). El Apóstol se identifica hasta tal punto con Cristo que él también, aunque en medio de tantas pruebas, vive en la fe del Hijo de Dios que le amó y se entregó por los pecados suyos y de todos (cfr Gal 1,4; 2,20). Este dato autobiográfico del Apóstol es paradigmático para todos nosotros.

San Pablo ofreció una admirable síntesis de la teología de la Cruz en la segunda Carta a los Corintios (5,14-21), donde todo está contenido en dos afirmaciones fundamentales: por una parte Cristo, a quien Dios ha tratado como pecado a favor nuestro (v. 21), ha muerto por todos (v. 14); por otra, Dios nos ha reconciliado consigo, no imputándonos a nosotros nuestras culpas (vv. 18-20). Por este "ministerio de la reconciliación" toda esclavitud ha sido rescatada (cfr 1 Cor 6,20; 7,23). Aquí aparece cómo todo esto es relevante para nuestra vida. También nosotros debemos entrar en este "ministerio de la reconciliación", que supone siempre la renuncia a la propia superioridad y la elección de la necedad del amor. San Pablo ha renunciado a su propia vida dándose totalmente a sí mismo para el ministerio de la reconciliación, de la Cruz que es salvación para todos nosotros. Y esto debemos saber hacer también nosotros: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Debemos formar nuestra vida sobre esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en ese Dios del que todos podemos decir: "Me ha amado y se ha dado a sí mismo por mí".

[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

La experiencia de Pablo camino de Damasco cambió totalmente su existencia que quedó marcada por el significado central de la Cruz: entendió que Cristo había muerto y resucitado por él y por todos. La Cruz tiene un lugar principal en la historia de la humanidad y es objeto continuo de la teología paulina. La Cruz es "escándalo y necedad" (1 Co 1,18-23): donde parece reinar sólo el dolor y la debilidad, es donde está todo el poder del Amor infinito de Dios. La Cruz es el "centro del centro" del misterio cristiano. Ciertamente la encarnación y la resurrección son misterios centrales del cristianismo; pero san Pablo ve en la Cruz la manifestación más elocuente del Amor de Dios por nosotros.

Para el Apóstol, Cristo crucificado es sabiduría, porque manifiesta en verdad quién es Dios, y nos muestra el amor que salva al hombre de manera gratuita. Esta total gratuidad es la verdadera sabiduría. En la segunda carta a los Corintios (5,14-21), Pablo expresa en dos afirmaciones su experiencia del Crucificado. En primer lugar, Dios ha tratado como pecado a Cristo que ha muerto por todos, ha expiado nuestro pecado. En segundo lugar, Dios nos ha reconciliado consigo, sin imputarnos nuestras culpas. Los creyentes podemos decir con san Pablo: "¡Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de Cristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo!" (Ga 6, 14).

Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a los grupos provenientes de España, México, Argentina y otros países de Latinoamérica. Que Dios, en este Año Paulino, os ayude a profundizar en el misterio de Cristo, muerto y resucitado por todos.

Muchas gracias.

[Traducción del italiano por Irma Álvarez]