lunes, 30 de marzo de 2009

El Rosario de san Pablo: de perseguidor a apóstol de Jesús

Misterios paulinos

1. Misterio: Saulo perseguidor de los cristianos
Saulo asolaba la Iglesia… y respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor (Hechos 8,3; 9,1).

2. Misterio: Saulo convertido
En el camino de Damasco, una luz lo envolvió, cayó en tierra y oyó una voz: Saulo, Saulo ¿por qué me persigues? Él le preguntó: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús a quién tú persigues. Entró en la ciudad y fue bautizado (Hech 9, 3-6.19).

3. Misterio: Saulo, ahora Pablo, misionero de Cristo
Nosotros anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero poder y sabiduría de Dios para los llamados (1Cor 1, 23-24).

4. Misterio: Pablo indica el camino mejor
Les mostraré un camino que es el mejor…Ahora permanecen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más grande es el amor (1Cor 12,31-13,13).

5. Misterio: Pablo a la espera del premio
Ya estoy cerca de ser ofrecido en sacrificio: he combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe; sólo me que queda recibir de Dios el premio merecido (2Tim 4, 7-8).

Invocaciones a san Pablo, misionero del Evangelio

Pablo, perseguidor de la fe, convertido a Cristo.
Ruega por nosotros.
Pablo, que ha visto al Señor en el Camino. R.
Pablo, testigo del amor misericordioso. R.
Pablo, modelo de la conversión a Dios. R.
Pablo, hombre atento a la voz del Espíritu. R.
Pablo, caminante incansable del Evangelio. R.
Pablo, cuya vida es Cristo. R.
Pablo, misionero y comunicador de Cristo. R.
Pablo, fundador y animador de comunidades. R.
Pablo, maestro y pastor de cristianos. R.
Pablo, defensor de la libertad cristiana. R.
Pablo, que se hizo todo para todos. R.
Pablo, testigo enamorado de Cristo. R.
Pablo, que revela el camino más grande: el amor. R.
Pablo, que vive urgido por el amor de Cristo. R.
Pablo, que aspira a formar a Cristo en todos. R.
Pablo, servidor fiel de Cristo. R.
Pablo, que sólo quiere conocer al Crucificado. R.
Pablo, que trabajó con sus manos. R.
Pablo, que se hizo débil con los débiles. R.
Pablo, que se siente responsable de todos. R.
Pablo, que lleva en su cuerpo los estigmas de Cristo. R.
Pablo, hombre nuevo de la Pascua. R.
Pablo, hombre de entrega ilimitada a los hermanos. R.
Pablo, que lucha el buen combate de la fe. R.
Pablo, que todo lo sufre por el Evangelio. R.
Pablo, que revela a Cristo camino nuevo y viviente. R.
Pablo, que todo lo puede con la fuerza de Cristo. R.
Pablo, que nos revela que Dios es fiel. R.
Pablo, que nos recuerda que el premio es el mismo Dios. R.
Cordero de Dios, que convertiste a Pablo perseguidor,
Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que premiaste a Pablo apóstol,
Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que glorificaste a Pablo mártir,
Ten misericordia de nosotros.

-Tú eres un instrumento elegido, apóstol san Pablo.
-Comunicador del Evangelio en el mundo entero.

Oremos. – Señor y Dios nuestro, que elegiste a san Pablo para predicar el Evangelio, haz que penetre en todo el mundo la fe que el Apóstol llevó a las naciones, para que tu Iglesia crezca sin cesar. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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P. Benito Spoletini, ssp

jueves, 26 de marzo de 2009

¿Alguna vez pensaste si Pablo tenía tiempo libre?

Muchas veces, nos damos cuenta de repente que nos pasamos la vida queriendo ganar tiempo. Y ganamos así una gran cantidad de tiempo: ¿De qué nos sirve ese tiempo? ¿Cuánto tiempo dedicamos a las personas que están cerca de nosotros? ¿Y cuánta alegría y placer experimentamos en nuestro trabajo viviendo ese tiempo plenamente? Miremos la vida de Pablo, su tiempo y cómo lo vive con intensidad, sin apuros y sin estrés, compartiendo sus horas libres con amigos.

En la Carta a los Tesalonicenses, el Apóstol Pablo, escribe:

“Que sea para ustedes una cuestión de honra el vivir en paz, ocupándose de lo propio y trabajando con sus propias manos, conforme les he recomendado. Así llevarán una vida honrada a los ojos de los extraños y no pasarán necesidad de nada” (1Tes 4,11-12).

Del apóstol Pablo, todos tenemos tanto que aprender y este es el objetivo del Año Paulino: aprender de San Pablo la fe, aprender de él quién es Cristo, aprender de él cómo es el camino para una vida plena.

La ciudad de Corinto le ofrece a Pablo un tiempo largo de estadía, hace tiendas y pasa los sábados en las sinagogas. Allí, como maestro, discute y predica. El tiempo libre: tiene que emplearlo en atender las urgencias, porque llegan los problemas, las herejías, en algunas partes no entendieron bien lo que dijo y hay confusión, se producen escándalos y algunos tienen miedo a la parusía cercana. Es precisamente desde Corinto que Pablo escribe la primera Carta a los Tesalonicenses invitándolos a vivir en paz desarrollándose a través de su trabajo, llevando una vida honrada. Es también en Corinto donde tuvo la suerte de encontrar a Priscila y Aquila, en cuyo taller trabajaba haciendo tiendas de campaña (cf Hch 18,3). Pablo no tenía un taller propio con clientela estable, sin dudas que el taller de tiendas de campaña era también un lugar de conversación. Ciertamente los amigos iban a buscarlo allí para encontrarse con él y él compartía con ellos su tiempo libre. Llegaron a conservar como recuerdo los pañuelos y lienzos que Pablo usaba en el trabajo (Hch 19,12).

Es interesante descubrir que Pablo, como buen comunicador, dedicó también su tiempo libre a escribir, por ejemplo cuando estuvo preso escribe la Carta a los Filipenses y a los Efesios, por eso les dice: “Yo, Pablo, estoy preso por Cristo Jesús” (Ef 3,1). Así se mantenía en contacto con sus comunidades.

Durante los viajes, Pablo mantenía ese contacto a través de distintas personas, como por ejemplo Timoteo (1Tes 3,2-6), y a partir del segundo viaje, se mantenía en contacto escribiendo las cartas. Pedía que sus cartas fueran leídas en las reuniones de la comunidad (1Tes 5,27) y que fuesen enviadas también a las demás comunidades: “Una vez que hayan leído esta carta, háganla leer también en la Iglesia de Laodisea” (Col 4, 16).

En Éfeso Pablo enseña diariamente en la escuela de un hombre llamado Tirano (Hch 19,9). Una tradición muy antigua informa que esta enseñanza diaria se hacía entre la quinta y décima hora, esto es, entre las once de la mañana y cuatro de la tarde. O sea, durante la hora del almuerzo y del descanso. Pablo sólo tenía unas horas libres para anunciar el Evangelio. La enseñanza de Pablo encuentra respaldo en el testimonio de su vida, “Recuerden hermanos nuestro trabajo y nuestra fatiga cuando les predicamos la Buena Noticia” (1Tes 2,9).
Pablo nos enseña hoy a respetar el propio tiempo para “vivir en paz, ocupándose de lo propio y trabajando con las propias manos” como dice a los Tesalonicenses. Significa perder un poco más de tiempo en cada cosa, someterse a ese tiempo, vivirlo intensamente sin estrés. La vida es una sucesión de tiempos, pero realizar muchas actividades implica dejar de lado la calidad individual de cada cosa.

Y concluimos con este interesante “diálogo” que mantiene el filósofo Séneca, nacido cuatro años después de Cristo, con Paulino, hombre público de la época:

“Habiendo llegado a lo último de la edad humana, teniendo cerca de cien años o más, ven acá, llama a cuentas a tu edad. Dime, ¿cuánta parte de ella te consumió el acreedor, cuánta el amigo, cuánta la República y cuánta tus allegados, cuánta los disgustos con tu mujer, cuánta el castigo de los esclavos, cuánta el apresurado paseo por la ciudad? Junta a esto las enfermedades tomadas con tus manos, añade el tiempo que se pasó en ociosidad, y hallarás que tienes muchos menos años de los que cuentas.
Trae a la memoria si tuviste algún día firme determinación, y si lo pasaste en aquello que lo habías destinado. Qué uso tuviste de ti mismo, cuándo estuvo en un ser el rostro, cuándo el ánimo sin temores; qué cosa hayas hecho para ti en tan larga edad; cuántos hayan sido los que te han robado la vida, sin entender tú lo que perdías; cuánto tiempo te han quitado el vano dolor, la ignorante alegría, la hambrienta codicia y la entretenida conversación: y viendo lo poco que a ti te has dejado de ti, juzgarás que mueres malogrado.

¿Cuál es, pues, la causa de esto? El vivir como si hubieras de vivir para siempre, sin que tu fragilidad te despierte. No observas el tiempo que ha pasado, y así gastas de él como de caudal colmado y abundante, siendo contingente que el día que tienes determinado para alguna acción sea el último de tu vida. Temes como mortales todas las cosas, y como inmortales las deseas. Oirás decir a muchos que llegando a cincuenta años se han de retirar a la quietud, y que el de sesenta se jubilará de todos los oficios y cargos. Dime, cuando esto propones, ¿qué seguridad tienes de más larga vida? ¿Quién te consentirá ejecutar lo que dispones? ¿No te avergüenzas de reservarte para las sobras de la vida, destinando a la virtud sólo aquel tiempo que para ninguna cosa es de provecho? ¡Oh cuán tardía acción es comenzar la vida cuando se quiere acabar! ¡Qué necio olvido de la mortalidad es diferir los santos consejos hasta los cincuenta años, comenzando a vivir en edad a que son pocos los que llegan!” (texto citado en “Pierda tiempo, viviendo despacio transcurre la vida” de Ciro Marcondes Filho, Ed. San Pablo, 2006).

Hna. María de la Paz Carbonari, ddm

miércoles, 18 de marzo de 2009

San Pablo, modelo de cómo hacer teología

Catequesis del Papa sobre san Pablo del miércoles 5 de noviembre de 2008.

Queridos hermanos y hermanas:

"Si Cristo no ha resucitado, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe... estáis todavía en vuestros pecados" (1 Cor 15,14.17). Con estas fuertes palabras de la primera Carta a los Corintios, san Pablo da a entender qué decisiva importancia atribuye a la resurrección de Jesús. En este acontecimiento, de hecho, está la solución del problema que supone el drama de la Cruz. Por sí sola la Cruz no podría explicar la fe cristiana, al contrario, sería una tragedia, señal de la absurdidad del ser. El misterio pascual consiste en el hecho de que ese Crucificado "ha resucitado el tercer día, según las Escrituras" (1 Cor 15,4) - así atestigua la tradición protocristiana. Aquí está la clave central de la cristología paulina: todo gira alrededor de este centro gravitacional. La entera enseñanza del apóstol Pablo parte desde y llega siempre al misterio de aquel que el Padre ha resucitado de la muerte. La resurrección es un dato fundamental, casi un axioma previo (cfr 1 Cor 15,12), en base al cual Pablo puede formular su anuncio (kerygma) sintético: Aquel que ha sido crucificado, y que ha manifestado así el inmenso amor de Dios por el hombre, ha resucitado y está vivo en medio de nosotros.

Es importante notar el vínculo entre el anuncio de la resurrección, tal como Pablo lo formula, y aquel que se usaba en las primeras comunidades cristianas prepaulinas. Aquí verdaderamente se puede ver la importancia de la tradición que precede al Apóstol y que él, con gran respeto y atención, quiere a su vez entregar. El texto sobre la resurrección, contenido en el capítulo 15,1-11 de la primera Carta a los Corintios, pone bien de relieve el nexo entre "recibir" y "transmitir". San Pablo atribuye mucha importancia a la formulación literal de la tradición; al término del fragmento que estamos examinando subraya: "Tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos" (1 Cor 15,11), poniendo así a la luz la unidad del kerigma, del anuncio para todos los creyentes y para todos aquellos que anunciarán la resurrección de Cristo. La tradición a la que se une es la fuente a la que tender. La originalidad de su cristología no va nunca en detrimento de la fidelidad a la tradición. El kerigma de los Apóstoles preside siempre la reelaboración personal de Pablo; cada una de sus argumentaciones parte de la tradición común, en la que se expresa la fe compartida por todas las Iglesias, que son una sola Iglesia. Y así san Pablo ofrece un modelo para todos los tiempos sobre cómo hacer teología y cómo predicar. El teólogo, el predicador no crean nuevas visiones del mundo y de la vida, sino que están al servicio de la verdad transmitida, al servicio del hecho real de Cristo, de la Cruz, de la resurrección. Su deber es ayudar a comprender hoy, tras las antiguas palabras, la realidad del "Dios con nosotros", y por tanto, la realidad de la vida verdadera.

Aquí es oportuno precisar: san Pablo, al anunciar la resurrección, no se preocupa de presentar una exposición doctrinal orgánica -no quiere escribir prácticamente un manual de teología- sino que afronta el tema respondiendo a dudas y preguntas concretas que le venían propuestas por los fieles; un discurso ocasional, por tanto, pero lleno de fe y de teología vivida. En él se encuentra una concentración de lo esencial: nosotros hemos sido "justificados", es decir, hechos justos, salvados, por el Cristo muerto y resucitado por nosotros. Emerge sobre todo el hecho de la resurrección, sin el cual la vida cristiana sería simplemente absurda. En aquella mañana de Pascua sucedió algo extraordinario, nuevo y, al mismo tiempo muy concreto, contrastado por señales muy precisas, registradas por numerosos testimonios. También para Pablo, como para los otros autores del Nuevo Testamento, la resurrección está unida al testimonio de quien ha hecho una experiencia directa del Resucitado. Se trata de ver y de escuchar no sólo con los ojos o con los sentidos, sino también con una luz interior que empuja a reconocer lo que los sentidos externos atestiguan como dato objetivo. Pablo da por ello -como los cuatro Evangelios- relevancia fundamental al tema de las apariciones, que son condición fundamental para la fe en el Resucitado que ha dejado la tumba vacía. Estos dos hechos son importantes: la tumba está vacía y Jesús se apareció realmente. Se constituye así esa cadena de la tradición que, a través del testimonio de los Apóstoles y de los primeros discípulos, llegará a las generaciones sucesivas, hasta nosotros. La primera consecuencia, o el primer modo de expresar este testimonio, es predicar la resurrección de Cristo como síntesis del anuncio evangélico y como punto culminante de un itinerario salvífico. Todo esto Pablo lo hace en distintas ocasiones: se pueden consultar las Cartas y los Hechos de los Apóstoles, donde se ve siempre que el punto esencial para él es ser testigo de la resurrección. Quisiera citar sólo un texto: Pablo, arrestado en Jerusalén, está ante el Sanedrín como acusado. En esta circunstancia en la que está en juego para él la muerte o la vida, indica cuál es el sentido y el contenido de toda su preocupación: "por esperar la resurrección de los muertos se me juzga" (Hch 23,6). Este mismo estribillo repite Pablo continuamente en sus Cartas (cfr 1 Ts 1,9s; 4,13-18; 5,10), en las que apela a su experiencia personal, a su encuentro personal con Cristo resucitado (cfr Gal 1,15-16; 1 Cor 9,1).

Pero podemos preguntarnos: ¿cuál es, para san Pablo, el sentido profundo del acontecimiento de la resurrección de Jesús? ¿Qué nos dice a nosotros a dos mil años de distancia? La afirmación "Cristo ha resucitado" ¿es actual también para nosotros? ¿Por qué la resurrección es para él y para nosotros hoy un tema tan determinante? Pablo da solemnemente respuesta a esta pregunta al principio de la Carta a los Romanos, donde exhorta refiriéndose al "Evangelio de Dios... acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1,3-4). Pablo sabe bien y lo dice muchas veces que Jesús era Hijo de Dios siempre, desde el momento de su encarnación. La novedad de la resurrección consiste en el hecho de que Jesús, elevado de la humildad de su existencia terrena, ha sido constituido Hijo de Dios "con poder". El Jesús humillado hasta la muerte en cruz puede decir ahora a los Once: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18). Se ha realizado cuanto dice el Salmo 2, 8: "Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra". Por eso con la resurrección comienza el anuncio del Evangelio de Cristo a todos los pueblos - comienza el reinado de Cristo, este nuevo reino que no conoce otro poder que el de la verdad y del amor. La resurrección revela por tanto definitivamente cuál es la auténtica identidad y la extraordinaria estatura del Crucificado. Una dignidad incomparable y altísima: ¡Jesús es Dios! Para san Pablo la secreta identidad de Jesús, más aún que la encarnación, se revela en el misterio de la resurrección. Mientras el título de Cristo, es decir, ‘Mesías', ‘Ungido', en san Pablo tiende a convertirse en el nombre propio de Jesús y el de Señor especifica su relación personal con los creyentes, ahora el título de Hijo de Dios viene a ilustrar la relación íntima de Jesús con Dios, una relación que se revela plenamente en el acontecimiento pascual. Se puede decir, por tanto, que Jesús ha resucitado para ser el Señor de los vivos y los muertos (cfr Rm 14,9; y 2 Cor 5,15) o, en otros términos, nuestro Salvador (cfr Rm 4,25).

Todo esto está cargado de importantes consecuencias para nuestra vida de fe: estamos llamados a participar hasta en lo más profundo de nuestro ser en todo el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo. Dice el Apóstol: hemos "muerto con Cristo" y creemos que "viviremos con él, sabiendo que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él (Rm 6,8-9). Esto se traduce en un compartir los sufrimientos de Cristo, como preludio a esa configuración plena con él mediante la resurrección, a la que miramos con esperanza. Es lo que le ha sucedido también a san Pablo, cuya experiencia está descrita en las Cartas con tonos tan precisos como realistas: "y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión de sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos" (Fil 3,10-11; cfr 2 Tm 2,8-12). La teología de la Cruz no es una teoría - es la realidad de la vida cristiana. Vivir en la fe en Jesucristo, vivir la verdad y el amor implica renuncias todos los días, implica sufrimientos. El cristianismo no es el camino de la comodidad, es más bien una escalada exigente, pero iluminada por la luz de Cristo y por la gran esperanza que nace de él. San Agustín dice: a los cristianos no se les ahorra el sufrimiento, al contrario, a ellos les toca un poco más, porque vivir la fe expresa el valor de afrontar la vida y la historia más en profundidad. Con todo sólo así, experimentando el sufrimiento, conocemos la vida en su profundidad, en su belleza, en la gran esperanza suscitada por Cristo crucificado y resucitado. El creyente se encuentra colocado entre dos polos: por un lado la resurrección, que de algún modo está ya presente y operante en nosotros (cfr Col 3,1-4; Ef 2,6); por otro, la urgencia de insertarse en ese proceso que conduce a todos y a todo a la plenitud, descrita en la Carta a los Romanos con una audaz imaginación: como toda la creación gime y sufre casi los dolores del parto, así también nosotros gemimos en la esperanza de la redención de nuestro cuerpo, de nuestra redención y resurrección (cfr Rm 8,18-23).

En síntesis, podemos decir con Pablo que el verdadero creyente obtiene la salvación profesando con su boca que Jesús es el Señor y creyendo con el corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos (cfr Rm 10,9). Importante es sobre todo el corazón que cree en Cristo y que en la fe "toca" al resucitado; pero no basta llevar en el corazón la fe, debemos confesarla y testimoniarla con la boca, con nuestra vida, haciendo así presente la verdad de la cruz y de la resurrección en nuestra historia. De esta forma el cristiano se inserta en ese proceso gracias al cual el primer Adán, terrestre y sujeto a la corrupción y a la muerte, va transformándose en el último Adán, celeste e incorruptible (cfr 1 Cor 15,20-22.42-49). Este proceso ha sido puesto en marcha con la resurrección de Cristo, en la que se funda la esperanza de poder entrar con Cristo también en nuestra verdadera patria que está en el Cielo. Sostenidos por esta esperanza proseguimos con valor y alegría.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

En su primera carta a los Corintios, san Pablo señala la importancia de la resurrección de Cristo para nuestra fe cristiana. Sólo con la Cruz, sin la resurrección de Jesús, la vida cristiana sería un absurdo. El misterio pascual consiste precisamente en el hecho de que el Crucificado resucitó. Aquel que murió y nos reveló el inmenso amor que Dios nos tiene está vivo y presente entre nosotros. Ésta es la clave de la cristología paulina, que parte siempre de ese misterio y a él tiende. Al anunciar a Jesucristo, Pablo subraya particularmente que nosotros hemos sido justificados por su muerte y resurrección. Para el Apóstol, la resurrección de Jesús fue un hecho acaecido en la historia, del cual es posible dar testimonio. Existieron signos precisos. No fue algo inventado. Más aún, a través de ella se revela definitivamente la auténtica identidad del Crucificado. En efecto, la resurrección manifiesta en plenitud su naturaleza divina, que poseía desde siempre y no sólo en el tiempo. Jesús resucitó para ser Señor de vivos y muertos. El verdadero creyente obtiene la salvación profesando que Cristo es el Señor y creyendo que Dios lo resucitó de entre lo muertos.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular, a los miembros de la Asociación valenciana de Agricultores y al Obispo de Autlán, Monseñor Gonzalo Galván Castillo, acompañado de un grupo de sacerdotes de su Diócesis. A ejemplo del Apóstol san Pablo, os invito a ser testigos creíbles y audaces de Jesucristo resucitado, del que esperamos confiados que transforme "nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa".

Que Dios os bendiga.

[Traducción del italiano por Irma Álvarez]

Servicios para Radios en adhesión al Año Paulino

ANUNCIAR Grupo Multimedio de Comunicación, Asociación Civil, ha elaborado 19 mensajes basándose en versículos extractados de las cartas del apóstol Pablo, para difundir en radios las palabras del "Apóstol de los Gentiles". Esta es una de las modalidades en que dejamos de manifiesto nuestra adhesión al año Paulino.

Este proyecto surgió dentro de la producción del programa radial EL ALFA Y LA OMEGA y fue realizado por Alfredo Musante, Director Responsable y Carlos Guzmán, Coordinador de Contenidos, que consideraron más que propicia la oportunidad para ofrecer un servicio a las radios, tanto católicas como aquellas que no siendo confesionales deseen sumarse a esta celebración de la Iglesia en honor del Apóstol de las gentes.

Los spots fueron realizados por ANUNCIAR CONTENIDOS, departamento que produce toda la artística en conjunto con STUDIO POWER para el programa radial EL ALFA Y LA OMEGA. Estas cuñas son pensadas para su difusión en radios confesionales y los mismos son totalmente gratuitos. Aquellas emisoras interesadas en incluirlos en su programación diaria, pueden solicitarlo a nuestro e-mail:
info@anunciar.org.ar
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Para bajar los spots dedicados al Apóstol Pablo, ingresar a esta dirección:

www.anunciar.org.ar/descargas.html

Y ahí encontrarán los 19 mensajes que pueden bajar posándose arriba de cada link y clickeando para guardarlo en la pc.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Nuestra libertad en Cristo

Cristo nos ha liberado de una esclavitud sin esperanza. El que pertenece a Cristo realiza la experiencia de semejante libertad. ¿Cómo logra llegar hasta ella? Por medio del bautismo: ese acto de fe en el amor salvador de Jesús.

Inspirándose en dos textos complementarios de Jeremías (31, 31-34) y de Ezequiel (36, 26-27) en donde se declara que la nueva alianza quedará inscrita, no ya en tablas de piedra -¡aquello fue un fracaso!-, sino en los corazones por la acción del Espíritu, Pablo nos dice cómo Cristo interviene en nosotros en el momento del bautismo para dejar libre a nuestra libertad cautiva. Esta liberación tiene en primer lugar un aspecto negativo: se ejerce en relación con el pecado, con la muerte y con la ley, pero reviste además un aspecto positivo: nos comunica un espíritu filial: “todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo” (Gál 3, 26-27). Con Cristo, todos juntos, nos hacemos uno sólo (Gál 3, 28), “más unidos que si formásemos un solo cuerpo” (san Juan Crisóstomo). No es posible expresar con mayor realismo la eficacia soberana del bautismo. Esta unidad en Cristo declara abolida toda distinción religiosa (judíos y paganos), social (esclavos y libres), natural (hombres y mujeres): “ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús (Gál 3, 28). El racismo no es cristiano, ¡pero en qué inmensa plenitud de libertad nos vemos así introducidos por la sola fe en Jesucristo, sin ninguna otra ayuda! ¿Quién ha exaltado jamás con tanta fuerza la dignidad de la persona humana?

Se comprende entonces la cólera de Pablo al enterarse de que aquellos gálatas, que llevan esta aspiración a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad en su propia sangre, buscan ahora obtener esas riquezas por medio de recetas rituales y de leyes exteriores. Desde estas alturas, hasta la ley judía, con la multitud de sus prescripciones y con todos los escrúpulos que se pueden tener en observarlas, no vale más que las leyes y que los ritos paganos. No hay más salvación que en la acogida de Cristo por la fe. Pablo se siente tan desconcertado por esta falta de juicio de los gálatas que no puede menos de pronunciar una frase “escadalosa”: “en cuanto a los agitadores, ojalá que llegaran hasta la mutilación total”. (Gál 5, 12).

El fundamento de la libertad cristiana es esa filiación divina que, por iniciativa del Padre, ha sido obtenida para nosotros por Cristo y se nos ha comunicado por el Espíritu Santo. Saboreemos el ritmo y la plenitud de este texto trinitario: “Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abba!, es decir, ¡Padre!” (Gál 4, 4-6). Participando de la filiación de Cristo, nuestra libertad espiritual está hecha a imagen de la de Cristo. Pablo nos ofrece el secreto de su libertad interior: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2, 20).

"Los escritos de san Pablo"
Amédée Brunot
Editorial Verbo Divino

Afanes apostólicos en Atenas

La ciudad de Atenas, tan célebre en los siglos V-III antes de nuestra era y actual capital de Grecia, había perdido en tiempos de Pablo mucho de su antiguo esplendor, y vivía de recuerdos nostálgicos. Pablo la menciona una sola vez, lo justo para que sepamos con certeza que estuvo allí (1 Tes 3,1), y que, al tiempo que la evangelizaba, su pensamiento le hacía volver constantemente la mirada y el corazón hacia Tesalónica. Sobre su actividad en la ciudad de la sabiduría y de la democracia no nos proporciona detalle alguno.

La presencia, por fugaz que haya sido, del Apóstol en la capital del Ática implica que, donde en otro tiempo se enseñaba sabiduría humana, discutían los sofistas y establecían Platón y Aristóteles una forma de pensamiento rigurosa y duradera, allí, finalmente, se enseña la sabiduría evangélica, la última palabra dirigida por Dios a la humanidad en Cristo Jesús. No debe extrañarnos que el autor de Hechos dedique a evento no menos de 20 versículos.


La descripción que Hech 17, 16-20 nos ofrece de la Atenas de la época es muy certera, en consonancia con la elevada cultura del autor; no menos magistral es el discurso que a continuación oímos de labios de Pablo. En palabras del gran estudioso H. Conzelmann, “la visita de Pablo a Atenas es particularmente célebre, gracias a una composición de gabinete de Lucas, una narración que resalta el colorido local ateniense y que desemboca en el ‘discurso del areópago’, discurso que hasta hoy continúa ejerciendo su fascinación. Ciertamente es una pieza maestra, pero no de Pablo sino de Lucas”. En efecto, puede observarse que del discurso están ausentes términos tan elementales como pecado, cruz, gracia o justificación, Cristo como Mesías, etc., y en cambio encontramos la teodicea apologética de finales del siglo primero.

Probablemente Pablo no consiguió crear una comunidad cristiana en Atenas; Hech 17, 34 ha conservado los nombres de dos convertidos, Dionisio y Dámaris, y una alusión genérica a algunos más. Cuando Pablo comente que, en la siguiente estación misionera, Corinto, se presentó “con temor y temblor” (1 Cor 2, 2), es posible que nos esté manifestando su estado de ánimo tras un rotundo fracaso. Pero no es sostenible cierta teoría tradicional sobre un cambio de táctica del Apóstol: puesto que el alarde en Atenas de conocer literatura y filosofía le llevó al fracaso, llegado a Corinto renunciaría a todo saber humano e incluso lo ridiculizaría.

Pero Pablo en Atenas no es solamente misionero; es también el pastor que se ocupa por las comunidades que va dejando atrás, especialmente las de Macedonia.

En relación con Tesalónica, Pablo parece tener temores no sólo referentes al posible retroceso en la fe, sino también al descrédito personal.
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Extraído de:
"Cooperador Paulino, comunicación social y pastoral"
Sociedad de San Pablo
Noviembre - Diciembre de 2008.