En la ciudad de las siete colinas,
Pablo es el hombre de los viajes, por mar y por tierra,
Ayúnanos a vivir el Evangelio
María del Carmen Latorre
En la ciudad de las siete colinas,
Si amaste fielmente y te dejaron
Como Saulo, camino a Damasco
caigo, por una luz que me ciega;
Pero no es Dios, ni de un caballo,
sino el fracaso de una quimera.
Felicidad... amor... lo que quiera:
la búsqueda, el sino o el deseo,
me impulsan en la loca carrera.
Yo me lanzo, no mido ni espero.
"¿Por qué me persigues?" me interroga
el ideal, la perfección... quien sea,
como la voz de Cristo, sonora
cobra cuerpo sólo en mi cabeza.
Enmudezco y miro, desde el suelo
al cielo, a la luna, a la nada...
Mis rodillas raspadas contemplo
y llora, en la tierra, mi alma.
"¡Ay! ¡No, tonta! ¡Has caído de nuevo!"
de mí misma, cansada, me increpo.
Mas, entre nubes de polvo, veo
la figura informe de otro sueño.
Con las palmas aún lastimadas,
me sacudo el ropaje andariego,
despliego con esfuerzo las alas
y grito: "¡A ese... a ese sí llego!"
Teresita de Antueno
teresita_64_4@hotmail.com
Catequesis del Papa sobre san Pablo del miércoles 19 de noviembre de 2008.
Para los momentos en que descubrimos la maravillosa bondad y providencia de Dios en el mundo.
(basada en las cartas de san Pablo)
Tú nos has llamado a ser comunidad,
el alma de la comunidad es la fraternidad.
Tú nos invistas a velar y orar sin desfallecer.
Quieres que el mandamiento del amor
se haga palpable entre nosotros,
aceptándonos, amándonos,
y sobre todo saber llevar
los unos las cargas de los otros.
Deseas que tengamos los mismos sentimientos
que él ha tenido.
Que seamos cordiales y unánimes,
que con humildad estimemos
a los otros como superiores.
Que busquemos los intereses
de los otros y no los nuestros.
Que nos corrijamos mutuamente,
que nos respetemos unos a otros.
Que nos sirvamos con amor,
que seamos misericordiosos
los unos para con los otros
y nos perdonemos de corazón.
Que vivamos en comunión
y que no nos cansemos de hacer el bien.
Quiere que vivamos alegres en la esperanza,
fuertes en las tribulaciones.
Que sus palabras habiten en nosotros
con todas sus riquezas.
Que nos aconsejemos unos a otros,
que nos enseñemos recíprocamente
con palabras sabias.
Quiere que sea tal nuestra perfección de vida,
para que toda la gente lo pueda notar.
Si cumplimos esto, él nos dirá:
“en esto conocerán
todos que son mis discípulos”.
Vean qué delicia y qué hermosura
cómo viven los hermanos unidos.
Y así nuestro Padre nos dará la bendición
y la vida para siempre.
Fr. Adolfo M. Acosta
Orden Siervos de María
adolfo_91@hotmail.com