jueves, 23 de abril de 2009

Pablo

En la ciudad de las siete colinas,

la cabeza de Pablo rodó por tierra dando tres brincos,
construyó tres fuentes:
la fuente de la Fe, “sé en quien he creído”,
de la Esperanza, porque “nada puede separarme de Cristo”
y la del Amor,
“ya no soy yo quien vive sino es Cristo quien vive en mí”.
Pablo es el hombre de los viajes, por mar y por tierra,

valiente y sin fronteras,
el que apela al César porque es ciudadano romano,
el que se considera como “un aborto”
porque es el último de los apóstoles,
el que luchó por la unidad de la Iglesia,
el que fue elevado al tercer cielo,
"si hemos muerto por Cristo, viviremos con él",
Y el que se gana el pan haciendo carpas con lonas.
Ayúnanos a vivir el Evangelio

y poder decir
“todo lo puedo en aquél que me conforta”

María del Carmen Latorre

viernes, 17 de abril de 2009

Justicia

Si amaste fielmente y te dejaron

no busques venganza: no hará falta.
Un sino persigue al que no ama:
lo toma, imprevisto, por asalto.

¿No pudo amarte? ¡No lo lamentes!
Si no sabe querer… ¡Pobre diablo!
¿No piensa más que en él? ¡Nunca ha amado!
No guardes odio… ¡Lástima tenle!

No le augures un porvenir malo.
La desgracia le caerá, seguro;
no ahora mismo, en el futuro
lo sorprenderá un funesto hado.

Estará durmiendo, y de su sueño
lo despertará un puñal filoso,
sacudiéndolo de su reposo,
e irguiéndolo, cobarde y pequeño.

No será de acero el cuchillo,
sino hecho de material más duro:
será del descarnado y puro
amor que tú le diste… ¡el mismo!

Sentirá cuánto lo hubiste amado
y aturdido, entre estupor y miedo
pensará: "¿Así? ¿Tanto me quisieron?
¿Le provoqué este ardor desesperado?"

Quizás lamente haberte dejado.
¿Clamará, dolido, por tu vuelta?
¿Pensará: "¡Tonto, no me di cuenta!?"
O no… ¡Qué te importa! No hace al caso.

Lo que vale es que durante algunos
minutos, segundos de agonía
sabrá que lo buscó la alegría
y la esquivó… porque no lo supo.

El hecho es, que más que una venganza
tu deseo ha operado sin malicia.
La vida, a su modo, hace justicia
¡y es mucho mejor que la revancha!

Teresita de Antueno

Caída hacia Damasco

Como Saulo, camino a Damasco
caigo, por una luz que me ciega;
Pero no es Dios, ni de un caballo,
sino el fracaso de una quimera.

Felicidad... amor... lo que quiera:
la búsqueda, el sino o el deseo,
me impulsan en la loca carrera.
Yo me lanzo, no mido ni espero.

"¿Por qué me persigues?" me interroga
el ideal, la perfección... quien sea,
como la voz de Cristo, sonora
cobra cuerpo sólo en mi cabeza.

Enmudezco y miro, desde el suelo
al cielo, a la luna, a la nada...
Mis rodillas raspadas contemplo
y llora, en la tierra, mi alma.

"¡Ay! ¡No, tonta! ¡Has caído de nuevo!"
de mí misma, cansada, me increpo.
Mas, entre nubes de polvo, veo
la figura informe de otro sueño.

Con las palmas aún lastimadas,
me sacudo el ropaje andariego,
despliego con esfuerzo las alas
y grito: "¡A ese... a ese sí llego!"

Teresita de Antueno
teresita_64_4@hotmail.com

jueves, 9 de abril de 2009

LOS ROSTROS DE PABLO

Cómo entendía san Pablo la justificación

Catequesis del Papa sobre san Pablo del miércoles 19 de noviembre de 2008.


Queridos hermanos y hermanas:

En el camino que estamos recorriendo bajo la guía de san Pablo, queremos ahora detenernos en un tema que está en el centro de las controversias del siglo de la Reforma: la cuestión de la justificación. ¿Cómo llega a ser un hombre justo a los ojos de Dios? Cuando Pablo encontró al resucitado en el camino de Damasco era un hombre realizado: irreprensible en cuanto a la justicia derivada de la Ley (cfr Fil 3,6), superaba a muchos de sus coetáneos en la observancia de las prescripciones mosaicas y era celoso en conservar las tradiciones de sus padres (cfr Gal 1,14). La iluminación de Damasco le cambió radicalmente la existencia: comenzó a considerar todos sus méritos, logros de una carrera religiosa integrísima, como “basura” frente a la sublimidad del conocimiento de Jesucristo (cfr Fil 3,8). La Carta a los Filipenses nos ofrece un testimonio conmovedor del paso de Pablo de una justicia fundada en la Ley y conseguida con la observancia de las obras prescritas, a una justicia basada en la fe en Cristo: había comprendido que cuanto hasta ahora le había parecido una ganancia, en realidad frente a Dios era una pérdida, y había decidido por ello apostar toda su existencia en Jesucristo (cfr Fil 3,7). El tesoro escondido en el campo y la perla preciosa en cuya posesión invierte todo lo demás ya no eran las obras de la Ley, sino Jesucristo, su Señor.

La relación entre Pablo y el Resucitado llegó a ser tan profunda que le impulsó a afirmar que Cristo no era solamente su vida, sino su vivir, hasta el punto de que para poder alcanzarlo incluso la muerte era una ganancia (cfr Fil 1,21). No es que despreciase la vida, sino que había comprendido que para él el vivir ya no tenía otro objetivo, y por tanto ya no tenía otro deseo que alcanzar a Cristo, como en una competición atlética, para estar siempre con él: el Resucitado se había convertido en el principio y el fin de su existencia, el motivo y la meta de su carrera. Sólo la preocupación por el crecimiento en la fe de aquellos a los que había evangelizado y la solicitud por todas las Iglesias que había fundado (cfr 2 Cor 11,28) le inducían a desacelerar la carrera hacia su único Señor, para esperar a los discípulos, para que pudieran correr a la meta con él. Si en la anterior observancia de la Ley no tenía nada que reprocharse desde el punto de vista de la integridad moral, una vez alcanzado por Cristo prefería no juzgarse a sí mismo (cfr 1 Cor 4,3-4), sino que se limitaba a correr para conquistar a aquél por el que había sido conquistado (cfr Fil 3,12).

A causa de esta experiencia personal de la relación con Jesús, Pablo coloca en el centro de su Evangelio una irreducible oposición entre dos recorridos alternativos hacia la justicia: uno construido sobre las obras de la Ley, el otro fundado sobre la gracia de la fe en Cristo. La alternativa entre la justicia por las obras de la Ley y la justicia por la fe en Cristo se convierte así en uno de los temas dominantes que atraviesan sus cartas: “Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la Ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la Ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado” (Gal 2,15-16). Y a los cristianos de Roma les reafirma que “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Rm 3,23-24). Y añade: “Pensamos que el hombre es justificado por la fe, independientemente de las obras de la Ley” (Ibid 28). Lutero tradujo este pasaje como “justificado sólo por la fe”. Volveré sobre esto al final de la catequesis. Antes debemos aclarar qué es esta “Ley” de la que hemos sido liberados y qué son esas “obras de la Ley” que no justifican. La opinión --que se repetirá en la historia--, según la cual se trataba de la ley moral, y que la libertad cristiana consistía, por tanto, en la liberación de la ética, existía ya en la comunidad de Corinto. Así, en Corinto circulaba la palabra “panta mou estin” (todo me es lícito). Es obvio que esta interpretación es errónea: la libertad cristiana no es libertinaje, la liberación de la que habla san Pablo no es liberarse de hacer el bien.

¿Pero qué significa por tanto la Ley de la que hemos sido liberados y que no salva? Para san Pablo, como para todos sus contemporáneos, la palabra Ley significaba la Torá en su totalidad, es decir, los cinco libros de Moisés. La Torá implicaba, en la interpretación farisaica, la que había estudiado y hecho suya Pablo, un conjunto de comportamientos que iban desde el núcleo ético hasta las observancias rituales y cultuales que determinaban sustancialmente la identidad del hombre justo. Particularmente la circuncisión, la observancia acerca del alimento puro y generalmente la pureza ritual, las reglas sobre la observancia del sábado, etc. Comportamientos que aparecen a menudo en los debates entre Jesús y sus contemporáneos. Todas estas observancias que expresan una identidad social, cultural y religiosa, habían llegado a ser singularmente importantes en el tiempo de la cultura helenística, empezando desde el siglo III a.C. Esta cultura, que se había convertido en la cultura universal de entonces, era una cultura aparentemente racional, una cultura politeísta aparentemente tolerante, que ejercía una fuerte presión de uniformidad cultural y amenazaba así la identidad de Israel, que estaba políticamente obligado a entrar en esta identidad común de la cultura helenística con la consiguiente pérdida de su propia identidad, perdiendo así también la preciosa heredad de la fe de sus Padres, la fe en el único Dios y en las promesas de Dios.

Contra esta presión cultural, que amenazaba no sólo a la identidad israelita, sino también a la fe en el único Dios y en sus promesas, era necesario crear un muro de distinción, un escudo de defensa que protegiera la preciosa heredad de la fe; este muro consistía precisamente en las observancias y prescripciones judías. Pablo, que había aprendido estas observancias precisamente en su función defensiva del don de Dios, de la heredad de la fe en un único Dios, veía amenazada esta identidad por la libertad de los cristianos: por esto les perseguía. En el momento de su encuentro con el Resucitado entendió que con la resurrección de Cristo la situación había cambiado radicalmente. Con Cristo, el Dios de Israel, el único Dios verdadero, se convertía en el Dios de todos los pueblos. El muro --así lo dice Carta a los Efesios-- entre Israel y los paganos ya no era necesario: es Cristo quien nos protege contra el politeísmo y todas sus desviaciones; es Cristo quien nos une con y en el único Dios; es Cristo quien garantiza nuestra verdadera identidad en la diversidad de las culturas, y es él el que nos hace justos. Ser justo quiere decir sencillamente estar con Cristo y en Cristo. Y esto basta. Ya no son necesarias otras observancias. Por eso la expresión "sola fide" de Lutero es cierta si no se opone la fe a la caridad, al amor. La fe es mirar a Cristo, encomendarse a Cristo, unirse a Cristo, conformarse a Cristo, a su vida. Y la forma, la vida de Cristo es el amor; por tanto creer es conformarse con Cristo y entrar en su amor. Por eso san Pablo en la Carta a los Gálatas, en la que sobre todo ha desarrollado su doctrina sobre la justificación, habla de la fe que obra por medio de la caridad (cfr Gal 5,14).

Pablo sabe que en el doble amor a Dios y al prójimo está presente y cumplida toda la Ley. Así en la comunión con Cristo, en la fe que crea la caridad, toda la Ley se realiza. Somos justos cuando entramos en comunión con Cristo, que es amor. Veremos lo mismo en el Evangelio del próximo domingo, solemnidad de Cristo Rey. Es el Evangelio del juez cuyo único criterio es el amor. Lo que pide es sólo esto: ¿Tú me has visitado cuando estaba enfermo? ¿Cuando estaba en la cárcel? ¿Me has dado de comer cuando tenía hambre, o me has vestido cuando estaba desnudo? Y así la justicia se decide en la caridad. Así, al término de este Evangelio, podemos decir: sólo amor, sólo caridad. Pero no hay contradicción entre este Evangelio y san Pablo. Es la misma visión, según la cual, la comunión con Cristo, la fe en Cristo crea la caridad. Y la caridad es la realización de la comunión con Cristo. Así, si estamos unidos a él somos justos, y no hay otra forma.

Al final, podemos sólo rezar al Señor para que nos ayude a creer. Creer realmente; creer se convierte así en vida, unidad con Cristo, transformación de nuestra vida. Y así, transformados por su amor, por el amor a Dios y al prójimo, podemos ser realmente justos a los ojos de Dios.

[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español:]

Un saludo muy cordial a los peregrinos de lengua española, en particular a los que han venido de España, Chile y otros países latinoamericanos. Invito a todos a dejarse ganar por Cristo y a seguir así el ejemplo de san Pablo, cuya vida no tuvo ningún otro objetivo sino estar y permanecer siempre con él.

Muchas gracias por vuestra visita.

[Traducción del italiano por Irma Álvarez]

lunes, 6 de abril de 2009

Alabanza por la obra de Cristo

Óptima oración es la que se expresa en alabanza al Padre por la obra de su Hijo Jesucristo. Es como una afirmación de la fe en Cristo, constituido Señor de la historia.
El cristiano y el Apóstol deben aprender a profundizar, orando, los grandes misterios de la fe.
Esta oración es la de un Pablo anciano y encarcelado que medita la obra de la salvación a ala luz de Cristo (Col. 1, 3. 15-20)


¡Bendito seas, Dios,
Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor!

Cristo es la imagen del Dios invisible,
el Primogénito de toda la creación,
ya que en Él fueron hechas todas las cosas:
las del cielo y las de la tierra;
lo visible y también lo invisible.

Gobiernos, Autoridades, Poderes
y Fuerzas sobrenaturales:
todo fue hecho por medio de Él y para Él.
Cristo existe antes que todas las cosas
y todo se mantiene en Él.

Cristo es también la Cabeza del Cuerpo,
es decir, de la Iglesia.
Él es el principio,
y renació antes que nadie
de entre los muertos,
para tener en todo el primer lugar,
porque Tú quisiste, oh Dios,
que la plenitud permaneciera en Él.

Por Él quisiste reconciliar contigo
todo lo existente,
y por Él, por su sangre derramada en la cruz,
estableces la paz
tanto sobre la tierra como en el cielo.
¡Bendito seas, Dios!
Amén.



“Orando con san Pablo, oraciones para cristianos comprometidos”
Pablo L. De Marcos
Ediciones Paulinas

viernes, 3 de abril de 2009

Admiración ante el maravilloso plan de Dios

Para los momentos en que descubrimos la maravillosa bondad y providencia de Dios en el mundo.

De san Pablo a los romanos (11, 29-36)

¡Oh Dios!
Veo que no te echas atrás
después de elegir y dar tus dones.

En efecto, los paganos fueron,
en un tiempo, tus enemigos;
pero Tú les mostraste tu misericordia,
ante la rebeldía del pueblo judío.
Sin embargo, los judíos,
que hasta ahora se niegan
a la obediencia de la fe,
dando lugar a la misericordia
que has tenido con los paganos,
obtendrán también, a su vez, misericordia.

Has hecho pasar a todos
por la desobediencia,
a fin de ejercer con todos
tu misericordia.
¡Padre, qué profunda es tu riqueza,
tu sabiduría y tu ciencia!
No se pueden penetrar tus designios,
ni se pueden comprender tus caminos.
Y si no,
¿quién ha conocido jamás lo que piensas, Señor?
¿Quién se hizo consejero tuyo?
¿Quién ha podido darte algo primero
de manera que tengas que pagarle?

En verdad, todo viene de Ti,
todo ha sido hecho por Ti,
todo ha de volver a Ti.
¡A Ti la gloria para siempre! Amén.

“Orando con san Pablo, oraciones para cristianos comprometidos”
Pablo L. De Marcos
Ediciones Paulinas

El deseo de Jesús para vivir en fraternidad

(basada en las cartas de san Pablo)

Tú nos has llamado a ser comunidad,
el alma de la comunidad es la fraternidad.
Tú nos invistas a velar y orar sin desfallecer.
Quieres que el mandamiento del amor
se haga palpable entre nosotros,
aceptándonos, amándonos,
y sobre todo saber llevar
los unos las cargas de los otros.
Deseas que tengamos los mismos sentimientos
que él ha tenido.
Que seamos cordiales y unánimes,
que con humildad estimemos
a los otros como superiores.
Que busquemos los intereses
de los otros y no los nuestros.
Que nos corrijamos mutuamente,
que nos respetemos unos a otros.
Que nos sirvamos con amor,
que seamos misericordiosos
los unos para con los otros
y nos perdonemos de corazón.
Que vivamos en comunión
y que no nos cansemos de hacer el bien.
Quiere que vivamos alegres en la esperanza,
fuertes en las tribulaciones.
Que sus palabras habiten en nosotros
con todas sus riquezas.
Que nos aconsejemos unos a otros,
que nos enseñemos recíprocamente
con palabras sabias.
Quiere que sea tal nuestra perfección de vida,
para que toda la gente lo pueda notar.
Si cumplimos esto, él nos dirá:
“en esto conocerán
todos que son mis discípulos”.
Vean qué delicia y qué hermosura
cómo viven los hermanos unidos.
Y así nuestro Padre nos dará la bendición
y la vida para siempre.

Fr. Adolfo M. Acosta
Orden Siervos de María
adolfo_91@hotmail.com

jueves, 2 de abril de 2009

La parusía, fuente de certeza y de valor para el cristiano

Catequesis del Papa sobre san Pablo del miércoles 12 de noviembre de 2008.

Queridos hermanos y hermanas:

El tema de la resurrección, sobre el que nos detuvimos la semana pasada, abre una nueva perspectiva, la de la espera de la vuelta del Señor, y por ello nos lleva a reflexionar sobre la relación entre el tiempo presente, tiempo de la Iglesia y del Reino de Cristo, y el futuro (éschaton) que nos espera, cuando Cristo entregará el Reino al Padre (cfr 1 Cor 15,24). Todo discurso cristiano sobre las realidades últimas, llamado escatología, parte siempre del acontecimiento de la resurrección: en este acontecimiento las realidades últimas ya han empezado y, en un cierto sentido, ya están presentes.

Probablemente en el año 52 san Pablo escribió la primera de sus cartas, la primera Carta a los Tesalonicenses, donde habla de esta vuelta de Jesús, llamada parusía, adviento, nueva y definitiva y manifiesta presencia (cfr 4,13-18). A los Tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, el Apóstol escribe así: "si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús" (4,14). Y continua: "los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires" (4,16-17). Pablo describe la parusía de Cristo con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es "estar con el Señor"; en cuanto creyentes, en nuestra vida nosotros ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado.

En la segunda Carta a los Tesalonicenses, Pablo cambia la perspectiva; habla de acontecimientos negativos, que deberán preceder al final y conclusivo. No hay que dejarse engañar -dice- como si el día del Señor fuese verdaderamente inminente, según un cálculo cronológico: "Por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera" (2,1-3). La continuación de este texto anuncia que antes de la llegada del Señor estará la apostasía y se revelará el no mejor identificado "hombre inicuo", el "hijo de la perdición" (2,3), que la tradición llamará después el Anticristo. Pero la intención de esta Carta de san Pablo es sobre todo práctica; escribe: "cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (3, 10-12). En otras palabras, la espera de la parusía de Jesús no dispensa del trabajo en este mundo, sino al contrario, crea responsabilidades ante el Juez divino sobre nuestro actuar en este mundo. Precisamente así crece nuestra responsabilidad de trabajar en y para este mundo. Veremos lo mismo el próximo domingo en el Evangelio de los talentos, donde el Señor nos dice que ha confiado talentos a todos y el Juez nos pedirá cuentas de ellos diciendo: ¿Habéis traído fruto? Por tanto la espera de su venida implica responsabilidad hacia este mundo.

La misma cosa y el mismo nexo entre parusía - vuelta del Juez-Salvador - y nuestro compromiso en la vida aparece en otro contexto y con aspectos nuevos en la Carta a los Filipenses. Pablo está en la cárcel y espera la sentencia, que puede ser de condena a muerte. En esta situación piensa en su futuro estar con el Señor, pero piensa también en la comunidad de Filipos, que necesita a su padre, Pablo, y escribe: "para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús, cuando yo vuelva a estar entre vosotros" (1, 21-26).

Pablo no tiene miedo a la muerte, al contrario: esta indica de hecho el completo ser con Cristo. Pero Pablo participa también de los sentimientos de Cristo, el cual no ha vivido para sí mismo, sino para nosotros. Vivir para los demás se convierte en el programa de su vida y por ello muestra su perfecta disponibilidad a la voluntad de Dios, a lo que Dios decida. Está disponible sobre todo, también en el futuro, a vivir en la tierra para los demás, a vivir por Cristo, a vivir por su presencia viva y así para la renovación del mundo. Vemos que este ser suyo con Cristo crea a gran libertad interior: libertad ante la amenaza de la muerte, pero libertad también ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida. Estaba sencillamente disponible para Dios y realmente libre.

Y pasamos ahora, tras haber examinado los diversos aspectos de la espera de la parusía de Cristo, a preguntarnos: ¿cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano hacia las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo? La primera actitud es la certeza de que Jesús ha resucitado, está con el Padre, y por eso está con nosotros, para siempre. Y nadie es más fuerte que Cristo, porque él está con el Padre, está con nosotros. Por eso estamos seguros, liberados del miedo. Este era un efecto esencial de la predicación cristiana. El miedo a los espíritus, a los dioses, estaba difundido en todo el mundo antiguo. Y también hoy los misioneros, junto con tantos elementos buenos de las religiones naturales, encuentran el miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que nos amenazan. Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos estos poderes. Con esta certeza, con esta libertad, con esta alegría vivimos. Este es el primer aspecto de nuestro vivir hacia el futuro.

En segundo lugar, la certeza de que Cristo está conmigo. Y de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, esto da también certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy para el mundo el futuro está oscuro, hay miedo al futuro, mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor para afrontar el futuro.

Finalmente, la tercera actitud. El Juez que vuelve -es juez y salvador a la vez- nos ha dejado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra tercera actitud es: responsabilidad hacia el mundo, hacia los hermanos ante Cristo, y al mismo tiempo también certeza de su misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios solo puede ser misericordioso. Esto sería un engaño. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad. Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, sea renovado. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es el juez verdadero, estamos seguros también de que este juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran valor.

Un dato ulterior de la enseñanza paulina sobre la escatología es el de la universalidad de la llamada a la fe, que reúne a judíos y gentiles, es decir, a los paganos, como signo y anticipación de la realidad futura, por lo que podemos decir que estamos sentados ya en el cielo con Jesucristo, pero para mostrar a los siglos futuros la riqueza de la gracia (cfr Ef 2,6s): el después se convierte en un antes para hacer evidente el estado de realización incipiente en que vivimos. Esto hace tolerables los sufrimientos del momento presente, que no son comparables a la gloria futura (cfr Rm 8,18). Se camina en la fe y no en la visión, y aunque fuese preferible exiliarse del cuerpo y habitar con el Señor, lo que cuenta en definitiva, morando en el cuerpo o saliendo de él, es ser agradable a Dios (cfr 2 Cor 5,7-9).

Finalmente, un último punto que quizás parece un poco difícil para nosotros. San Pablo en la conclusión de su segunda Carta a los Corintios repite y pone en boca también a los Corintios una oración nacida en las primeras comunidades cristianas del área de Palestina: Maranà, thà! que literalmente significa "Señor nuestro, ¡ven!" (16,22). Era la oración de la primera comunidad cristiana, y también el último libro del Nuevo testamento, el Apocalipsis, se cierra con esta oración: "¡Señor, ven!". ¿Podemos rezar también nosotros así? Me parece que para nosotros hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para que perezca este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, para que venga el juicio último y el juez, Cristo. Creo que si no nos atrevemos a rezar sinceramente así por muchos motivos, sin embargo de una forma justa y correcta podemos también decir con los primeros cristianos: "¡Ven, Señor Jesús!". Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra parte, queremos que termine este mundo injusto. También nosotros queremos que el mundo sea profundamente cambiado, que comience la civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre. Queremos todo esto: ¿y cómo podría suceder sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará realmente un mundo justo y renovado. Y aunque de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: ¡Ven, Señor! Ven a tu mundo, en la forma que tú sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también entre esos ricos que te han olvidado, que viven sólo para sí mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu mundo y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestros corazones, ven y renueva nuestra vida, ven a nuestro corazón para que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia suya. En este sentido rezamos con san Pablo: ¿Maranà, thà! "¡Ven, Señor Jesús"!, y rezamos para que Cristo esté realmente presente hoy en nuestro mundo y lo renueve.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

San Pablo enseña que el evento escatológico se ha realizado ya en Cristo, con su muerte y resurrección, aunque su cumplimiento definitivo tendrá lugar al final de los tiempos. Por eso vivimos en el presente esperando la completa redención. Además, mientras la morada terrena del cuerpo se deshace, el cristiano espera de Dios una mansión en el cielo, nuestra verdadera patria. Con su doctrina sobre la espera de la parusía, o segunda venida de Cristo, san Pablo proclama la conexión de la salvación con el acontecimiento pascual y el futuro escatológico. Estos dos aspectos, la pascua y el futuro que nos aguarda, aparecen unidos en una expresión de la carta a los Romanos: "en esperanza fuimos salvados" (8, 24). Relacionada íntimamente con la fe, nuestra esperanza no se funda en una utopía, sino en una novedad de vida real y en crecimiento. La fe cristiana es una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida (cfr. Spe salvi, 10). Con la expresión Maranà, thà!, Ven, Señor nuestro (1 Co 16, 22), se expresa la conciencia de la salvación ya realizada en la Pascua y la esperanza gozosa del creyente que, sostenido por esta esperanza, se dirige al encuentro de su Señor.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En particular, a los peregrinos y grupos venidos de Chile, España, Guatemala, México, Paraguay y de otros países latinoamericanos. Que la enseñanza y el ejemplo de san Pablo ayude a todos a orientar nuestra vida hacia el encuentro definitivo con el Salvador. Con ocasión de su inauguración, saludo también al Canal de la Iglesia Católica en Colombia "Cristovisión", deseando que esta iniciativa contribuya a difundir los valores del evangelio en ese amado País.

Que Dios os bendiga.

[Traducción del original italiano por Irma Álvarez]